Las aguas embravecidas formaban gigantescas olas y el viento soplaba tan fuerte que a Rosa le pitaban los oídos. Una tormenta infernal agitaba el cielo y el mar. De repente, un rayo cayó cerca de ella, formando un agujero en el agua que daba vueltas y mas vueltas en espiral. Del agujero salió una caracola gigantesca, y como si de un cangrejo ermitaño se tratara, por el oscuro hueco salió la cabeza y el torso de una mujer de largo cabello negro.
-¿Qué haces tu por aquí? – preguntó la extraña criatura a la niña.
Pensó por un momento. No sabía qué responder. Ni siquiera lograba recordar quien era ella, de donde venía, ni mucho menos como había llegado allí.
-¡Te he hecho una pregunta, niña, y debes contestar! Soy la máxima autoridad en esta Isla.
Por más que trataba de recordar algo, su mente no quería reaccionar. Estaba totalmente en blanco. Y cuanto más esfuerzo hacía más nerviosa se ponía. Entonces, cuando ya no sabía que más hacer, el eco de una voz lejana empezó a hablar desde algún lugar dentro de su corazón:
«…vive siempre con amor, mi niña, porque quien vive en amor, vive en Dios, y Dios en él.»
Era su mama. Quien más la amaba en el mundo. Recordó los cuentos antes de dormir, las canciones que cantaban juntas, y su beso de buenas noches.
«la vida sin servir a los demás no tiene sentido, Rosa. Si no vives para servir no sirves para vivir…»
Vinieron ahora su mente esas sabias palabras de su abuelita, y los recuerdos fueron apareciendo como quien abre una caja con una llave especial… Rosa recordó a su querida nana Lancina, que había enfermado de mal de amor, y por querer ayudarla se había quedado encerrada en la vieja biblioteca , donde leyó ese libro de Homeopatía escrito por un duende burlón que la había llevado a su mundo y ahora estaba atrapada dentro del libro. ¿Y como se podía salir de un libro? Ese duende la había engañado, igual que las sirenas. Todos se habían burlado de ella. Al principio parecían querer ayudarla pero después habían mostrado sus verdaderas intenciones. Y la siniestra mujer metida en una concha que tenía delante no iba a ser la excepción.
Por suerte, volvía a recordar todos los detalles de su vida que se habían borrado de un plumazo nada más llegar allí.
-¿Te ha comido la lengua el gato? -la mujer ermitaño seguía esperando una respuesta, mirando a Rosa con unos ojos completamente negros.
En realidad estaba muy asustada. Pero su papa le había enseñado la importancia de afrontar cada situación como viene, sin posponerlo ni mirar hacia otro lado. Así que miró a aquélla criatura deforme a los ojos y armándose de valor, le dijo:
-¿Me ayudarás a salir de aquí si te lo digo?
continuará…